martes, 22 de enero de 2019

EL RINCÓN DE PILAR

Pilar sí es acabadora, de largo recorrido, pero acabadora y cumplidora. Un placer tenerte con nosotros y gozosos de disfrutar con tu buen hacer. Sorprendente.




LA ACABADORA



BONARIA

Viuda de un marido

que no llegó a desposarla,

vestida de negro hasta el último aliento

y cerrados los postigos de las ventanas.

En el pueblo decían que su novio

Rafaelle, con lo espabilado que era

no había muerto en el frente

sino que había encontrado hembra

y se había quedado para ahorrarse

explicaciones y el billete de vuelta,

que había viudas de maridos vivos

era ley de Dios en la tierra.

Rafaelle no era demasiado guapo

la mujeres casaderas con él soñaban

en honor a la verdad, posiblemente

también soñaba alguna casada.

Del frente llegaban con los heridos

noticias del valor de los reclutas

Bonaria sabía que la palabra “héroe”

era el masculino singular de “viudas”.

Tumbada en la hierba bajo los pinos

le gustaba imaginarse su esposa,

estrechándolo contra su pecho aspirando

las fragancias de la tierra resinosa,

él no soportaba la idea de regresar

del frente teniendo que vivir lisiado,

prefiere morir rebosante de vida

-si me ocurre algo así- le dijo- me disparo-

¡No le llamarán a filas!... pensaba ella

mas finalmente lo convocaron

Bonaria se vio obligada a rezarlo

de esto ya hacía 35 años



Difícil calcular los años de Bonaria

eran los suyos como años detenidos,

como si de golpe por decisión propia

la joven modista hubiera envejecido

y luego, en la soledad de su casa

la mujer se hubiera limitado

a esperar pacientemente que el tiempo

la alcanzara con retraso.

En cambio María, al vientre materno

demasiado tarde había llegado

era el último problema de una familia

que ya contaba con demasiados.

De un dolor imposible de mitigar

se creía portadora secreta Bonaria

la falta de marido y futuros hijos

la condenaba a una vida solitaria.

En la tienda conoció a la niña

que entre tanta gente parecía aislada

sumida en su particular mundo

y tomó la decisión de adoptarla.

No supuso ningún problema

llegar a acuerdos con su madre

quien la veía como un error

pues con tres hijas tenía bastante.

No le extrañó que la chiquilla

no manifestara ninguna nostalgia,

como si siempre hubiera sabido

que su destino estaba en otra casa.

Aparte de ser modista tiene otro oficio

que desagrada al cura del pueblo,

y cada vez que de noche la buscan

al día siguiente velan a  un muerto.



Tenía 8 años la primera vez que María

vio que Bonaria salía de noche,

una toquilla de lana  cubría su cuerpo

ocultando sus formas e intenciones:

-¿A dónde vas?- Preguntó la niña-

fuera, en la calle está lloviendo-

la anciana replicó amenazadora:

-vuelve a tu cuarto y sigue durmiendo-

Paralizada por el frío decidió esperarla

golpeando la puerta con el dedo,

contó en torno a tres veces cien

y Bonaria Urrai no había vuelto.

Resignada se metió a la cama

en la tibieza del cuarto llegó el sueño,

la niña dormía cuando regresó la anciana

mejor que no sepa lo que he hecho!-

Al día siguiente trenzaba su pelo

con la mirada fija en la ventana,

y un entramado de días ligeros

dibujaba una sombra en su cara:

-lo de ayer no volverá a ocurrir-

dijo  la anciana con una mueca hosca

la orden llegó a María como un latigazo

y  toda pregunta murió en su boca.

Soreri consideraba a María hija legítima

ya no hablaban de ellas en los umbrales

de las casa a la hora del crepúsculo

la adopción ya no resultaba interesante.



A los niños les parecía increíble

que tuviera 50 años la maestra,

pues era guapa de ese modo que solo

pueden llegar a serlo las forasteras.

Su pelo tenía una gracia y suavidad

que se adaptaba a todos los vientos,

la Sta Luciana hizo llamar a Bonaria,

para hablar de María y sus progresos:

-me parecea insólito que una niña

de su familia sea apartada

y la identifique a usted como su madre

sin que le ocasione ningún trauma-

Se miraron en un silencio denso

fruto de una tensión ambivalente,

una, convencida de haber oído demasiado,

la otra de no haber dicho lo suficiente.



Un señor del Consorcio de minas

acompañado de su joven criada

para que le hiciera un pantalón

de terciopelo, fue a casa de Bonaria.

La anciana tras tomarle medidas

le preguntó -¿de qué lado carga?-

-de la izquierda- contestó la niña

mientras el rubor cubría su cara.

-me va a ser imposible hacérselo-

dijo resuelta la anciana

se miraron los adultos en silencio

entre ellos, las palabras sobraban

¡que se vayan al mismísimo infierno!

una labor perdida, dijo a Maria

pero de ciertas cosas no quiero

tener idea de las medidas.



LA ACABADORA

Desde joven entendía que hacer

ciertas cosas o  de ellas ser testigo

implicaba la misma culpa y capaz era

de distinguir entre piedad y delito.

Ni caldo de pollo, ni oraciones

bastaron para cortar la hemorragia,

le siguieron días de agonía tales

que hicieron perder toda esperanza.

Retiraron de la habitación

los objetos bendecidos,

los cuadros de tema religioso

que hasta ahora le habían protegido.

No siguieran atándola a un estado

de sufrimiento infinito,

para que pudiera partir en busca

de su ya marcado destino.



VELATORIOS

Era el canto lúgubre de la plañidera

un lamento de primitiva musicalidad,

como si les cantara a los soreneses

los sufrimientos de cada hogar,

los presentes y los pretéritos

porque el luto de una familia despertaba

el recuerdo de todos los llantos

por familiares que ya no estaban.

Entonces, todo el vecindario

entornaba las hojas de las ventanas

para dejar ciegos al radiante sol

los ojos mustios de las casas.

Cada uno en el difunto presente

vestido como para una fiesta

lloraba a sus propios muertos

por ausencia interpuesta.

El lamento de la plañidera parecía surgir

de sus rodillas clavadas al suelo

formando un coro lúgubre, las mujeres

con gemidos rítmicos se hicieron eco.

La viuda de riguroso luto permanecía

postrada en la silla de la cabecera

balanceándose muda, encogida,

mientras las demás lloraban por ella.



BONACATTA

La hermana mayor de María

era robusta como un minero,

desgarbada, sin gracia alguna

solo compartían los ojos negros.

Los parientes de los prometidos

sentados en las sillas charlaban

bebiendo malvasía y riéndose

por cosas sin importancia.

Los regalos eran como ofrendas

junto a la virgen de la Asunción,

eran corales a cambio de gracias

oro a peso para medir la devoción.

María retrocedió cuando su cuñado

cogió un amaretto rozando la bandeja,

alzó la vista azorada para mirarlo,

parecía que la hubiera tocado a ella.

Mientras duró la visita de pedida

María permaneció en silencio

evitando mirar a la gente

pero servicial en todo momento.



ANNA TERESA LISTRÚ

Su marido no tuvo el detalle

de morir durante la guerra,

ella no dejaba de lamentarse

de su escasa delicadeza.

Le declararon no apto y se fugaron

las esperanzas de una buena pensión,

murió, como una uva  aplastado

debajo del tractor de su patrón.

Reclamaba que María fuera

a casa cuando era necesario

pero Bonaria ponía pretextos

la mayoría de las veces inventados:

“que si tiene que acudir al médico”…

“que si ayudarme con el bajo de un traje”…

cualquier disculpa era buena

para evitar que faltara a clase.

Solo permitía que ayudara a los Bastiú

en la vendimia y recogida de aceituna,

pues le encantaba competir con Adriá

para ver quien cortaba mas uva.

La víspera de la boda de Bonacatta

Bonaria no opuso resistencia

y Maria fue a casa de su madre

a ayudar con los dulces de almendra.

Observaba María el pan de los novios,

con él, ante el espejo, coronó su cabeza,

sus menudos pechos presionaban

bajo su blusa de delicada tela.

Desabrochó sus botones buscando

promesas de femineidad venidera,

pero su cuerpo infantil no mostraba

signos de voluptuosidad halagüeña.

Decepcionada por su delgado busto

no percibió lo que latía bajo su piel,

lo que vio le pareció solamente

una pobre tentativa de mujer.

La corona resbalo de su cabeza

sus dedos tarde reaccionaron

el pan de la buena suerte cayó al suelo

con un crujido de huesos rotos, destrozado.

Cuando Teresa Listrú abrió la puerta

para recoger los rebosantes cestos,

no vio más que a la menor de sus hijas

con el pecho al aire frente al espejo.

Entre amargas lágrimas de Bonacata

con clara de huevo el pan encolaron,

para que María no fuera a la ceremonia

una indisposición le inventaron.



Cuando Maria llego a casa,

Bonaria a trabajarar había salido,

los familiares quitaron al enfermo

bendiciones y la medalla del bautizo,

habían colocado el yugo de la suerte

pequeña madera toscamente tallada,

Bonaria lo comprobó metiendo

su mano bajo la almohada.

Los ojos abiertos del enfermo poseían

la inmovilidad irreversible de las cosas rotas,

Bonaria cogió su mano descarnada

cuando se quedó con él a solas.

Algo en aquel contacto le sobresaltó

-por fin te han llamado-dijo el anciano

a pesar de su debilidad lo escuchó Bonaria

fuera, la familia esperaba rezando.

A lo largo de tantos años

jamás se había visto obligada

a pronunciar el juramento

que hoy a sus labios afloraba:

-por haberme mentido diciendo

que el enfermo no hablaba,

por disfrazar de misericordia

vuestras ambiciones frustradas,

malditos sean vuestros hijos

los que tenéis y los que vengan,

y dadle de comer al anciano

su final aún no está cerca-



LA VENDIMIA

Los Bastiú salían de casa antes

de que el sol hubiera surgido,

los Listru vendimiaban con ellos

para después repartirse el vino.

El abuelo ciego  percibía en el aire

el momento adecuado para la vendimia,

sentía la uva a punto para el mosto

olfateando la suave brisa marina.

Como una comadrona experta

el viejo escuchaba la voz del vino,

sacudiendo las hojas y penetrando

en los recovecos de los prietos racimos.

María cortando la uva, miraba

el cubo de Andriá casi lleno

ella sabía encontrar mil palabras

para hacerlo sentir pequeño.

Salvatore Bastiú nunca había creído

que dieran consejos las almohadas

por más que uno se pasara en vela

noche tras noche consultándola.

Comprobó que la linde había sido movida,

que parte de su tierra le habían robado,

con sacrificio animal incluido

como en antiguos ritos sagrados.

Fue a casa de Bonaria con su hijo Nicola

silenciosos, a las llamas fueron echando

la piedra redonda el cordel del perro

y el saquito del maleficio frustrado.

Fue tajante la acabadora pidiéndoles

que no debían remover el fango,

el animalito se lo quedó Maria

el sortilegio ahora carecía de significado.



Nicola media a ojo

el terreno que le faltaba,

y basándose en lo plantado ese año

mentalmente el perjuicio calculaba:

¿Que le impide volver a desplazar el linde

en vista de que ha encontrado

unos tontos que en vez de defenderse

agachan la cabeza humillados?

Si uno no puede recuperar

la tierra que le han robado,

podrá actuar para que el ladrón

no disfrute de lo estafado.

Para llevar a cabo su venganza

una noche estrellada escogió,

pues para ciertas cosas la oscuridad

es una forma de absolución.

Para que Porrescu no le sorprendiera

de no dejar señales puso cuidado,

exactamente lo mismo que el vecino

había hecho con ellos hacia cuatro años.

Con las ráfagas de viento, las llama

podían  muy bien haberse  producido

por un incendio procedente

del campo de algún vecino.

Un disparo silbó en la noche

dejando a Nicola tendido

de bruces contra la tierra batida

sin una explicación ni un grito.

Hay sitios donde la verdad

y el parecer de la mayoría

son dos conceptos que se sobreponen

incluso en las mejores familias.

Nicola con la pierna gravemente  herida

se lamentaba en casa avergonzado

por haber tenido que pedir a sus amigos

que mintieran para ocultar su fracaso.

Su madre iba a hacer la compra

siempre con la cabeza bien alta,

en tono dulzón y melifluo mentía

a quienes por Nicola preguntaban,

proclamando una curación

cada día un poco más cercana

cuando lo cierto es que a pesar

de las meticulosas curas, empeoraba.

La fiebre lo mantenía inmovilizado

durante semanas en la cama,

convertido en un león enjaulado

ni a los familiares soportaba.

Cuando le amputaron la pierna

pensó: - no quiero vivir tullido

me merezco algo más que llevar

toda la vida luto por mi mismo,

no valgo el aire que respiro

mejor sería morir cien veces-

a la hora de la debilidad algunos

prefieren hacerse creyentes que fuertes.



Nicola Bastiú no era un quejica

pero su madre lo hubiera preferido,

le dolía verlo callado y hosco

con el muñón cubierto y cosido.

Le habían puesto el televisor

en el cuarto para que se distrajera,

pero lo tenía siempre apagado

y miraba por la cristalera

proyectando su rabia silenciosa

en una desgarradora tierra,

donde él era el único ciudadano

con derecho a residencia.

Los Bastiú nunca se habían arriesgado

a romperse un tobillo o una pierna

subiendo las escalinatas

que conducen a la iglesia,

pero una vez en la cruz

todas las personas se vuelven buenas

descubriendo ser temerosos de dios

en sus horas más postreras.

Ni el cura cuando fue a visitarlo

hizo que Nicola cambiara de idea:

-no crea que por el hecho de estar tullido

me ponga ahora a buscar muletas-

-quieres que se sientan culpables- replicó

el cura- todos los que tienen dos piernas

mientras tengas fuerzas para lamentarte

solo intentas que te compadezcan-

Sus padres y su hermano lo atendían

hasta el patio lo trasladaban

sin que él hiciera el esfuerzo

de sostenerse sobre la pierna sana.

De aquel torpor morboso e insano,

solo salía cuando llegaba Bonaria

para clavar en la modista sus ojos

negros como estrellas apagadas:

ayúdeme!- le suplicó como un náufrago

derrochando aplomo y serenidad-

-no puedo hacerlo,  lo siento-

respondió Bonaria sin dejarse impresionar.

Cuando se dispone de tiempo

hasta la rabia se organiza:

-¿Acaso la vida de otros- reprochó

a la anciana- vale más que la mía?

¿Qué es lo que hace cuando otros se lo piden?

bien sabe que estoy tullido

y que ni María ni mujer alguna

querrán casarse conmigo,

la noche de Los Santos cuando se deja

la puerta abierta para la cena de las almas,

puede entrar y salir sin levantar sospechas

de mañana me encontrarán muerto en mi cama.



- Las almas nos conocen, nuestros parientes

no van a hacernos ningún daño-

pensaba Andría mientras se preparaba

para pasar la noche de Todos los Santos.

Percibió la respiración de una figura

enjuta que la habitación profanaba,

reconoció a la anciana y quedó

petrificado a los pies de su cama.

También Nicola la vio acercarse,

no era hombre de muchas palabras:

-ha venido- susurró ronco y pálido-

no se cómo darle las gracias-

La acabadora abrió la toquilla

mostrando las manos cerradas

en torno a un pequeño recipiente

de barro y con la boca ancha.

Ascendió un hilillo de humo tóxico,

aspiró hondo hasta encontrar la calma

no se sobresaltó ni debatió cuando

la almohada presionó su cara.

Dejaban surcos en su rostro

cada una de las lágrimas derramadas,

cuando abandonó la casa con el peso

de la respiración de Nicola cargada.

Bastó un rayo de luna llena

que por la puerta de la calle se filtraba,

para que Andría reconociera

el rostro lloroso de la anciana.

Hay pensamientos que nacen de noche

y cumplen la misma función que la luna,

en algún recoveco invisible del alma

se agitaron mareas…se despejaron dudas.



El doctor habló de infarto,

Gianinna Bastiú lloraba,

el cura se puso la estola

y murmuró una plegaria.

Los pasos rápidos del pudor fingido

se convertían en teatrales danzas,

murmuraban los vecinos

a escondidas sin sostener la mirada.

Al lado de los Bastiú permaneció

Bonaria, recordando los momentos

de un Nicola íntimo, respetable

y tremendamente risueño.

Por negar el dolor individual

hasta la muerte más controvertida

se reconcilia con la naturaleza

amarga y trágica de toda vida.

Andría recordaba a su hermano

y lo que siempre le preguntaba:

-¿ya le has dicho a María que la quieres

o lo escribo en la pared de su casa?-

Reunió el valor suficiente

y se acercó a la muchacha:

-María, ¿quieres ser mi mujer?

ella le miro asombrada

-no puedo hacerlo, querido amigo,

de ti no estoy enamorada

sé que Bonaria me necesita-replicó ella-

siempre me he considerado tu hermana

-ella vino aquí y mató a mi hermano

asfixiándolo con una almohada-

se sintió insignificante como un gusano

cuando ella le devolvió la mirada,

deseó poder retroceder en el tiempo

y tragarse sus trascendentes palabras.

Por diferentes pérdidas había

llantos fúnebres en aquella casa:

la inocencia de Andría, el aliento de Nicola

y la confianza de María en Bonaria.



Ya no se interrogaba sobre las salidas

nocturnas de su anciana madre,

pero aquellas palabras acentuaron la sospecha

de que Bonaria le ocultaba algo grave.

La acusó directamente de matar a Nicola

la acabadora escondió su mirada,

en un gesto tan inusual que la joven

de la sospecha notó la sombra alargada.

La verdad se iluminó de repente

y María, en ese mismo instante

supo con certeza quién era

la mujer que tenía delante.

Con un sollozo estrangulado

se llevó la mano a la boca,

mas sus ojos no se apartaron

del semblante pálido de la acabadora:

-quieres juzgar sin entender el porqué

tienes prisa por dictar sentencias

acaso saliste del vientre de tu madre

empleando solo tus propias fuerzas?

No hay ningún ser humano

que llegue al final de sus días

sin haber tenido padres

y madres en cada esquina.

Nunca se me ha abierto el vientre

pero aprendí que a los hijos,

hay que darles caricias, el pecho

y bofetadas cuando es preciso,

en el desempeño de mi trabajo

siempre me guía el destino,

yo he sido la última madre

que muchos desahuciados han visto-

Había vivido años con Bonaria

creyendo que sus dos nacimientos

habían alcanzado el equilibrio,

uno equivocado, el otro correcto,

pero ahora las cuentas parecían

llenas de tachones y yerros

dejándola una vez mas fuera

como un sobrante superfluo.



HUÍDA DE SORERI

Se fue del pueblo, marchó a Génova

bajó el barco, ligera y convencida

de haber dejado en la otra tierra

todo el lastre de sus heridas.

No conseguía familiarizarse

con unas temperaturas tan bajas

los hermanos a los que cuida

nunca abandonan la casa.

El muchacho se mostraba cortés,

no le dio pie a confianzas,

sus gestos iban dirigidos

a reforzar una hostil distancia.

Observaba el chico con fastidio

la familiaridad que su hermana

día tras día iba concediendo

a la muchacha que los cuidaba.

Se divertían jugando juntas,

Piergiorgio de reojo las observaba

a distancia segura del contagio

de esa nueva y extraña alianza.

Anna Gloria solía meterse

muchas veces en la cama de María,

para apaciguar los fantasmas

de sus recurrentes pesadillas.

El día que sin permiso alguno

a escondidas abandonó la casa,

el terror se apoderó de su hermano

María no recordaba

haber visto en su dulce rostro

una expresión tan aterrada,

ni un llanto de tan desmedido alivio

cuando en el parque la encontraban.

Con un pacto silencioso

que cruzaron sus miradas,

se comportaron como si aquella tarde

no hubiera sucedido nada.

La niña engañada por el silencio

había creído que lograba

suavizar la resistencia de aquella

prohibición que tanto odiaba.

María escuchó el llanto del chico,

traspasó la puerta para consolarlo,

cuando Piergiorgio la vio en su cuarto

sus sollozos repentinamente cesaron:

-¿porqué me tratas siempre como

si tuviese que hacerme perdonar algo?

¿qué me reprochas, que te he hecho?

¿en qué me he equivocado?-

Empezaron a salir palabras

de la boca del muchacho

en un discurso que parecía interrumpido

pero que jamás había comenzado.

Sus declaraciones se sucedían

como estallidos iluminando la oscuridad,

con revelaciones insoportables, para uno

de contarlas…  para la otra, de escuchar.

María lo vio surgir de pequeño

jugando al escondite bajo la mirada

distraída de la primera niñera

sintió como su voz se atenuaba

para convertirse en la de un niño

escondido entre arbustos mientras esperaba

con el corazoncito en un puño

a que sus compañeros lo encontraran.

Para los ojos atentos y las piernas robustas

de un adulto que sabe esperar,

aquel escondrijo a orillas del rio

era un sito fácil y cómodo para jugar.

Se perdió entre las manos del desconocido,

horas después lo encontraron como ausente,

se había vuelto incapaz de esconderse

de abrazar, de fiarse de nadie… siempre silente.

Piergiorgio olvido hasta su nombre

y a partir de aquel momento

ni él ni su hermana jugaban

en el parque ni salían de paseo.

Jamás denunció ante sus padres

aquello que había pasado,

aquella noche se lo contó a María

de un tirón en la oscuridad del cuarto,

con la cabeza en aquel arbusto

a orillas del rio en un recuerdo,

que olía a humedad a limo

a gritos sofocados y a sudor ajeno.

No supo María en qué momento

del relato se acercó a abrazarlo,

ni él supo cuando había dado

rienda suelta a su púdico llanto.

El día los sorprendió en un sueño

desprovisto de culpa, en un abrazo unidos

en el que él se había encontrado

y la otra se había perdido.

El acercamiento de María y su hermano

despertó los celos en la niña,

ya no se colaba en su cuarto

en las noches de pesadillas.

Observó María el despuntar del hombre,

los rasgos infantiles se desvanecían

y como la espalda del muchacho

se iba ensanchando día a día.

La puerta que comunicaba sus cuartos

dejó de estar en la pared dibujada

las noches se llenaron de abrazos

de susurros y risas sofocadas.



Con la voluntad cautelosa de quien sabe

que lo que hacen no es del todo correcto,

como ladrones, a escondidas,

mutuamente se daban consuelo.

Por las noches se veían pocas veces

Apenas  unos minutos y atentos

a no tocarse ni por equivocación

después, cada uno volvía a su lecho

tratando de que el otro no notara

esos culpables sentimientos,

ardientes por haber estado deseando

un pequeño roce todo el tiempo.

María sabía que bastaría

que ella hiciera un solo gesto,

para ir más allá de las miradas

y evitaba realizarlo con deliberado celo.

Los dos advertían que en ese instintivo

buscarse durante las horas del sueño,

los convertía en un organismo frágil donde

un intercambio de ardores les podría enfermos.

María era consciente

de que este trasiego nocturno,

no solo actuaba sobre el pasado herido

del chico, sino también del suyo.

En aquel negarse a ir más lejos

había una amarga profecía

y María sabía que solamente ella

era capaz de intuir y percibirla.

Le hacía moverse alrededor del alma

del muchacho como sobre arena,

cuando uno no quiere dejar

a su paso demasiadas huellas.

Cuando él entusiasmado abría

la puerta entre ellos a la eternidad,

ella comprendía que lo que los separaba

no era la edad sino la condición social.

Por eso cuando abandonaba su cuarto

cerrando la puerta tras una caricia,

María renovaba para sí la misma la renuncia

al hombre en que el chico se convertiría.



Llegó una carta de Regina,

sintió bajo sus pies abrirse la tierra

cuando leyó que debí volver a casa

pues Bonaria estaba muy enferma.

Contándoselo al muchacho estaba,

la luz del cuarto se encendió de repente

mostrándolos abrazados sobre la cama

en una postura confusa e improcedente.

Ninguno proclamó su inocencia

pues inocentes desde luego no eran,

Anna Gloria no derramó una lágrima

María abandonó la casa con sus pertenencias.



RETORNO A SORERI

En el pueblo creyeron roto el pacto

de la adopción y las había retrotraído

una al estado de huérfana sin dote

la otra al de pobre viuda sin hijos.

Pero lo cierto era que  la hija

de Anna Teresa Listrú había regresado,

en la circunstancia justo para saldar

la deuda en el momento adecuado.

En los umbrales de las casas las mujeres

Elogiaban en María un espíritu de sacrificio,

que la santificaría en mayor medida

conforme fuera convirtiéndose en martirio.

Cuanto se habían dicho la noche

en que los Bastiú a Nicola lloraba

se interponía entre ellas pero a María

le horrorizaba que muriera la anciana.

Transcurrió un año de aquel languidecer

antes de que Bonaria empezase a agonizar,

sin haber dicho a María una palabra

de aquello que querían aclarar.

Aunque su mente seguía lúcida

solo con sus ojos podía expresarse

transmitió a María el rotundo deseo

de no recibir más al santo padre.

El sonido de los estertores

a tal punto la atormentaba,

que se vio obligada a salir del cuarto

para no tener que escucharla.

La segunda noche se armó de valor

y se quedó para calmarla,

todo en vano y la tercera noche

lloró amargamente sobre su cama.

Bonaria la oyó con claridad

y gimió tan fuerte que María

creyó que moriría de agotamiento

pero amaneció dolorosamente viva.

Tras dos semanas de aquella tortura

María empezó a comprender,

a que se refería la anciana cuando dijo

nunca digas “de esta agua no beberé”

Los dos únicos motivos que hacían

que costara Dios y ayuda morir,

eran “la protección” o “la culpa”

uno de ellos la impedía partir.

Afrontó el que podía manejar,

descolgó la imagen del Sagrado Corazón,

se llevó la pila de agua bendita,

toda imagen religiosa desapareció,

incluso el relieve de Santa Rita,

del fondo de los cajones sacó

las estampitas de las páginas de libros

las cintas verdes de las manijas, desató.

La acabadora no llevaba escapularios

excepto la medalla bautismal

que María le quitó del cuello con delicadeza

mientras la otra le miraba sin protestar.

Dos semanas después seguía viva

casi reducida a la espina dorsal,

viviendo suspendida al borde de la muerte

pero sin llegarse a precipitar.

Entendió María que no era la protección

lo que le impedía morir tranquila,

sino que estaba purgando la culpa

de haberle quitado a Nicola la vida.

-No se le permite irse- le dijo a la anciana-

porque tiene en este mundo deudas

dígame, madre, como puedo ayudarla-

cuando estuvo segura de no haber respuesta,

tomo una decisión inapelable arrodillada

junto a Bonaria en la cabecera.

Fue a casa de los Bastiu en busca de Andría

se habían visto algunas veces tras su regreso,

pero siempre con la circunspección

de los escarmentados y escépticos,

incapaces de renovar la confianza

que los convirtió en cómplices de delitos

con que saben ensuciarse los niños antes

de que se les haga creer que no son inofensivos:

- su culpabilidad por lo de Nicola

no le permite morir en paz

-te has vuelto muy arrogante- replicó el chico-

con los pecados de los demás-

nunca te ha asaltado la duda

de que quizá no haya nada que perdonar?

Se miraron. Su amigo, el cómplice

de sus juegos infantiles ya no existía

era un desconocido con más de una venganza

que servir fría. María estaba abatida.

Cuando Bonaria oyó la puerta

y creyó que venía acompañada María,

hizo correr por todo su cuerpo

y sus venas un chorro de adrenalina.

Lloró con rabia todo el dolor acumulado,

tanto tanto que al final no sabía

si lloraba por las cosas agonizantes

o por las ya desaparecidas.

Solo ella cuidaba de la acabadora,

la vida era un lamento de una sola nota

que solamente ella podía escuchar,

cuando una semana después entró en coma.

Continuó haciendo lo que había hecho

hasta entonces, interpretando la espera

con el método utópico de quien construye casas

antes de que existan calles que llevan a ellas.

Meses después seguía prisionera en sí misma

como suspendida de un hilo de acero

fino pero resistente que le impide

darse de bruces contra el suelo.

Fue al final de una jornada transcurrida

bordando para una boda las sábanas,

y dispensando resentimientos solícitos

en torno al cuerpo inerte de la anciana.

Fue la blandura misma del almohadón

lo que la tentó, nada extraordinaria

pero para aquel hilo de aliento

quizá fuera suficiente y adecuada.

Desde aquel momento se movía

con circunspección alrededor de la cama,

observando cautelosa todos sus gestos

y su respiración entrecortada.

La idea la acosaba por las noches

y de día, con los quehaceres cotidianos,

gestos inocentes que ocultaban posibilidades

feroces que jamás había imaginado.

Fue volviéndose cada vez menos hostil

cuando asomaba a su mente ese pensamiento,

adoptando unos perfiles de posibilidad

perdiendo los contornos del sacrilegio.

La habitación estaba en penumbra

aunque la luz no hacía mella en la anciana

su cuerpo era tan diminuto que su lecho

parecía presto a engullirla entre las mantas.

Desde que Andría vino a verla, el pensamiento

que la consumía desde hacía semanas,

había pasado el umbral de lo posible

para convertirse en decisión clara.

Al entrar en la habitación encontró

el cojín esperando sobre una silla,

se acercó a la cama con la certeza de que

ningún sentimiento de culpa la detendría.



El muchacho esbozó un gesto de entendimiento

quizás fue el gesto de ternura que vio esbozar,

lo que le llevó a inclinar la cabeza

hacia el rostro de Bonaria antes de actuar

y rozarle con los labios la mejilla

con una extremada levedad

que desde su vuelta a la casa

no había vuelto a experimentar.

Hay cosas que se saben, y punto,

las pruebas solo sirven para confirmarlas,

con la sombra de la intuición supo

que su madre había partido hacia metas más altas.

Anna Teresa Listrú no ceso de hacer

ostentación de un dolor que no sentía,

con la esperanza puesta en que la herencia

de la anciana pasara a manos de la hija

que había pasado de ser su más tremendo error

a convertirse en la mejor de sus inversiones,

en cambio los Bastiú lloraron a la difunta

desbordando amargura en sus corazones.



Caminaron hasta la linde del viñedo

donde el maleficio habían encontrado,

allí seguía el muro que fijaba para siempre

el límite ilegalmente desplazado.

Las piedras del murete seguían

marcando un límite equivocado,

pero no podía considerarse que nada

en su sitio hubiera quedado.

El muchacho le miró en silencio:

-¿te quedarás?... preguntó ilusionado

-¿me he ido alguna vez, querido?

inquirió ella volviéndose para mirarlo.

En su delicado perfil reconoció algo

consumado que le era familiar

volvieron juntos a casa sin preocuparse

de los rumores que pudieran despertar.



FILL´E  ANIMA – HIJO DEL ALMA

Niño adoptado por persona desconocida

con su consentimiento y el de sus padres

que se hace cargo de él sin exigir a cambio

una ruptura de los lazos de sangre