LA ACABADORA
BONARIA
Viuda de un marido
que no llegó a desposarla,
vestida de negro hasta el último aliento
y cerrados los postigos de las ventanas.
En el pueblo decían que su novio
Rafaelle, con lo espabilado que era
no había muerto en el frente
sino que había encontrado hembra
y se había quedado para ahorrarse
explicaciones y el billete de vuelta,
que había viudas de maridos vivos
era ley de Dios en la tierra.
Rafaelle no era demasiado guapo
la mujeres casaderas con él soñaban
en honor a la verdad, posiblemente
también soñaba alguna casada.
Del frente llegaban con los heridos
noticias del valor de los reclutas
Bonaria sabía que la palabra “héroe”
era el masculino singular de “viudas”.
Tumbada en la hierba bajo los pinos
le gustaba imaginarse su esposa,
estrechándolo contra su pecho aspirando
las fragancias de la tierra resinosa,
él no soportaba la idea de regresar
del frente teniendo que vivir lisiado,
prefiere morir rebosante de vida
-si me ocurre
algo así- le dijo- me disparo-
¡No le llamarán a filas!... pensaba ella
mas finalmente lo convocaron
Bonaria se vio obligada a rezarlo
de esto ya hacía 35 años
Difícil calcular los años de Bonaria
eran los suyos como años detenidos,
como si de golpe por decisión propia
la joven modista hubiera envejecido
y luego, en la soledad de su casa
la mujer se hubiera limitado
a esperar pacientemente que el tiempo
la alcanzara con retraso.
En cambio María, al vientre materno
demasiado tarde había llegado
era el último problema de una familia
que ya contaba con demasiados.
De un dolor imposible de mitigar
se creía portadora secreta Bonaria
la falta de marido y futuros hijos
la condenaba a una vida solitaria.
En la tienda conoció a la niña
que entre tanta gente parecía aislada
sumida en su particular mundo
y tomó la decisión de adoptarla.
No supuso ningún problema
llegar a acuerdos con su madre
quien la veía como un error
pues con tres hijas tenía bastante.
No le extrañó que la chiquilla
no manifestara ninguna nostalgia,
como si siempre hubiera sabido
que su destino estaba en otra casa.
Aparte de ser modista tiene otro oficio
que desagrada al cura del pueblo,
y cada vez que de noche la buscan
al día siguiente velan a un muerto.
Tenía 8 años la primera vez que María
vio que Bonaria salía de noche,
una toquilla de lana
cubría su cuerpo
ocultando sus formas e intenciones:
-¿A dónde vas?- Preguntó la niña-
fuera, en la calle está lloviendo-
la anciana replicó amenazadora:
-vuelve a tu
cuarto y sigue durmiendo-
Paralizada por el frío decidió esperarla
golpeando la puerta con el dedo,
contó en torno a tres veces cien
y Bonaria Urrai no había vuelto.
Resignada se metió a la cama
en la tibieza del cuarto llegó el sueño,
la niña dormía cuando regresó la anciana
-¡mejor que no
sepa lo que he hecho!-
Al día siguiente trenzaba su pelo
con la mirada fija en la ventana,
y un entramado de días ligeros
dibujaba una sombra en su cara:
-lo de ayer no
volverá a ocurrir-
dijo la anciana
con una mueca hosca
la orden llegó a María como un latigazo
y toda pregunta
murió en su boca.
Soreri consideraba a María hija legítima
ya no hablaban de ellas en los umbrales
de las casa a la hora del crepúsculo
la adopción ya no resultaba interesante.
A los niños les parecía increíble
que tuviera 50 años la maestra,
pues era guapa de ese modo que solo
pueden llegar a serlo las forasteras.
Su pelo tenía una gracia y suavidad
que se adaptaba a todos los vientos,
la Sta Luciana hizo llamar a Bonaria,
para hablar de María y sus progresos:
-me parecea insólito que una niña
de su familia sea apartada
y la identifique a usted como su madre
sin que le ocasione ningún trauma-
Se miraron en un silencio denso
fruto de una tensión ambivalente,
una, convencida de haber oído demasiado,
la otra de no haber dicho lo suficiente.
Un señor del Consorcio de minas
acompañado de su joven criada
para que le hiciera un pantalón
de terciopelo, fue a casa de Bonaria.
La anciana tras tomarle medidas
le preguntó -¿de
qué lado carga?-
-de la izquierda-
contestó la niña
mientras el rubor cubría su cara.
-me va a ser
imposible hacérselo-
dijo resuelta la anciana
se miraron los adultos en silencio
entre ellos, las palabras sobraban
¡que se vayan al mismísimo infierno!
una labor perdida, dijo a Maria
pero de ciertas cosas no quiero
tener idea de las medidas.
LA ACABADORA
Desde joven entendía que hacer
ciertas cosas o
de ellas ser testigo
implicaba la misma culpa y capaz era
de distinguir entre piedad y delito.
Ni caldo de pollo, ni oraciones
bastaron para cortar la hemorragia,
le siguieron días de agonía tales
que hicieron perder toda esperanza.
Retiraron de la habitación
los objetos bendecidos,
los cuadros de tema religioso
que hasta ahora le habían protegido.
No siguieran atándola a un estado
de sufrimiento infinito,
para que pudiera partir en busca
de su ya marcado destino.
VELATORIOS
Era el canto lúgubre de la plañidera
un lamento de primitiva musicalidad,
como si les cantara a los soreneses
los sufrimientos de cada hogar,
los presentes y los pretéritos
porque el luto de una familia despertaba
el recuerdo de todos los llantos
por familiares que ya no estaban.
Entonces, todo el vecindario
entornaba las hojas de las ventanas
para dejar ciegos al radiante sol
los ojos mustios de las casas.
Cada uno en el difunto presente
vestido como para una fiesta
lloraba a sus propios muertos
por ausencia interpuesta.
El lamento de la plañidera parecía surgir
de sus rodillas clavadas al suelo
formando un coro lúgubre, las mujeres
con gemidos rítmicos se hicieron eco.
La viuda de riguroso luto permanecía
postrada en la silla de la cabecera
balanceándose muda, encogida,
mientras las demás lloraban por ella.
BONACATTA
La hermana mayor de María
era robusta como un minero,
desgarbada, sin gracia alguna
solo compartían los ojos negros.
Los parientes de los prometidos
sentados en las sillas charlaban
bebiendo malvasía y riéndose
por cosas sin importancia.
Los regalos eran como ofrendas
junto a la virgen de la Asunción,
eran corales a cambio de gracias
oro a peso para medir la devoción.
María retrocedió cuando su cuñado
cogió un amaretto rozando la bandeja,
alzó la vista azorada para mirarlo,
parecía que la hubiera tocado a ella.
Mientras duró la visita de pedida
María permaneció en silencio
evitando mirar a la gente
pero servicial en todo momento.
ANNA TERESA LISTRÚ
Su marido no tuvo el detalle
de morir durante la guerra,
ella no dejaba de lamentarse
de su escasa delicadeza.
Le declararon no apto y se fugaron
las esperanzas de una buena pensión,
murió, como una uva
aplastado
debajo del tractor de su patrón.
Reclamaba que María fuera
a casa cuando era necesario
pero Bonaria ponía pretextos
la mayoría de las veces inventados:
“que si tiene que acudir al médico”…
“que si ayudarme con el bajo de un traje”…
cualquier disculpa era buena
para evitar que faltara a clase.
Solo permitía que ayudara a los Bastiú
en la vendimia y recogida de aceituna,
pues le encantaba competir con Adriá
para ver quien cortaba mas uva.
La víspera de la boda de Bonacatta
Bonaria no opuso resistencia
y Maria fue a casa de su madre
a ayudar con los dulces de almendra.
Observaba María el pan de los novios,
con él, ante el espejo, coronó su cabeza,
sus menudos pechos presionaban
bajo su blusa de delicada tela.
Desabrochó sus botones buscando
promesas de femineidad venidera,
pero su cuerpo infantil no mostraba
signos de voluptuosidad halagüeña.
Decepcionada por su delgado busto
no percibió lo que latía bajo su piel,
lo que vio le pareció solamente
una pobre tentativa de mujer.
La corona resbalo de su cabeza
sus dedos tarde reaccionaron
el pan de la buena suerte cayó al suelo
con un crujido de huesos rotos, destrozado.
Cuando Teresa Listrú abrió la puerta
para recoger los rebosantes cestos,
no vio más que a la menor de sus hijas
con el pecho al aire frente al espejo.
Entre amargas lágrimas de Bonacata
con clara de huevo el pan encolaron,
para que María no fuera a la ceremonia
una indisposición le inventaron.
Cuando Maria llego a casa,
Bonaria a trabajarar había salido,
los familiares quitaron al enfermo
bendiciones y la medalla del bautizo,
habían colocado el yugo de la suerte
pequeña madera toscamente tallada,
Bonaria lo comprobó metiendo
su mano bajo la almohada.
Los ojos abiertos del enfermo poseían
la inmovilidad irreversible de las cosas rotas,
Bonaria cogió su mano descarnada
cuando se quedó con él a solas.
Algo en aquel contacto le sobresaltó
-por fin te han
llamado-dijo el anciano
a pesar de su debilidad lo escuchó Bonaria
fuera, la familia esperaba rezando.
A lo largo de tantos años
jamás se había visto obligada
a pronunciar el juramento
que hoy a sus labios afloraba:
-por haberme
mentido diciendo
que el enfermo no hablaba,
por disfrazar de misericordia
vuestras ambiciones frustradas,
malditos sean vuestros hijos
los que tenéis y los que vengan,
y dadle de comer al anciano
su final aún no está cerca-
LA VENDIMIA
Los Bastiú salían de casa antes
de que el sol hubiera surgido,
los Listru vendimiaban con ellos
para después repartirse el vino.
El abuelo ciego
percibía en el aire
el momento adecuado para la vendimia,
sentía la uva a punto para el mosto
olfateando la suave brisa marina.
Como una comadrona experta
el viejo escuchaba la voz del vino,
sacudiendo las hojas y penetrando
en los recovecos de los prietos racimos.
María cortando la uva, miraba
el cubo de Andriá casi lleno
ella sabía encontrar mil palabras
para hacerlo sentir pequeño.
Salvatore Bastiú nunca había creído
que dieran consejos las almohadas
por más que uno se pasara en vela
noche tras noche consultándola.
Comprobó que la linde había sido movida,
que parte de su tierra le habían robado,
con sacrificio animal incluido
como en antiguos ritos sagrados.
Fue a casa de Bonaria con su hijo Nicola
silenciosos, a las llamas fueron echando
la piedra redonda el cordel del perro
y el saquito del maleficio frustrado.
Fue tajante la acabadora pidiéndoles
que no debían remover el fango,
el animalito se lo quedó Maria
el sortilegio ahora carecía de significado.
Nicola media a ojo
el terreno que le faltaba,
y basándose en lo plantado ese año
mentalmente el perjuicio calculaba:
¿Que le impide volver a desplazar el linde
en vista de que ha encontrado
unos tontos que en vez de defenderse
agachan la cabeza humillados?
Si uno no puede recuperar
la tierra que le han robado,
podrá actuar para que el ladrón
no disfrute de lo estafado.
Para llevar a cabo su venganza
una noche estrellada escogió,
pues para ciertas cosas la oscuridad
es una forma de absolución.
Para que Porrescu no le sorprendiera
de no dejar señales puso cuidado,
exactamente lo mismo que el vecino
había hecho con ellos hacia cuatro años.
Con las ráfagas de viento, las llama
podían muy bien
haberse producido
por un incendio procedente
del campo de algún vecino.
Un disparo silbó en la noche
dejando a Nicola tendido
de bruces contra la tierra batida
sin una explicación ni un grito.
Hay sitios donde la verdad
y el parecer de la mayoría
son dos conceptos que se sobreponen
incluso en las mejores familias.
Nicola con la pierna gravemente herida
se lamentaba en casa avergonzado
por haber tenido que pedir a sus amigos
que mintieran para ocultar su fracaso.
Su madre iba a hacer la compra
siempre con la cabeza bien alta,
en tono dulzón y melifluo mentía
a quienes por Nicola preguntaban,
proclamando una curación
cada día un poco más cercana
cuando lo cierto es que a pesar
de las meticulosas curas, empeoraba.
La fiebre lo mantenía inmovilizado
durante semanas en la cama,
convertido en un león enjaulado
ni a los familiares soportaba.
Cuando le amputaron la pierna
pensó: - no
quiero vivir tullido
me merezco algo más que llevar
toda la vida luto por mi mismo,
no valgo el aire que respiro
mejor sería morir cien veces-
a la hora de la debilidad algunos
prefieren hacerse creyentes que fuertes.
Nicola Bastiú no era un quejica
pero su madre lo hubiera preferido,
le dolía verlo callado y hosco
con el muñón cubierto y cosido.
Le habían puesto el televisor
en el cuarto para que se distrajera,
pero lo tenía siempre apagado
y miraba por la cristalera
proyectando su rabia silenciosa
en una desgarradora tierra,
donde él era el único ciudadano
con derecho a residencia.
Los Bastiú nunca se habían arriesgado
a romperse un tobillo o una pierna
subiendo las escalinatas
que conducen a la iglesia,
pero una vez en la cruz
todas las personas se vuelven buenas
descubriendo ser temerosos de dios
en sus horas más postreras.
Ni el cura cuando fue a visitarlo
hizo que Nicola cambiara de idea:
-no crea que por
el hecho de estar tullido
me ponga ahora a buscar muletas-
-quieres que se sientan culpables- replicó
el cura- todos
los que tienen dos piernas
mientras tengas fuerzas para lamentarte
solo intentas que te compadezcan-
Sus padres y su hermano lo atendían
hasta el patio lo trasladaban
sin que él hiciera el esfuerzo
de sostenerse sobre la pierna sana.
De aquel torpor morboso e insano,
solo salía cuando llegaba Bonaria
para clavar en la modista sus ojos
negros como estrellas apagadas:
-¡ayúdeme!-
le suplicó como un náufrago
derrochando aplomo y serenidad-
-no puedo hacerlo,
lo siento-
respondió Bonaria sin dejarse impresionar.
Cuando se dispone de tiempo
hasta la rabia se organiza:
-¿Acaso la vida de otros- reprochó
a la anciana-
vale más que la mía?
¿Qué es lo que hace cuando otros se lo
piden?
bien sabe que estoy tullido
y que ni María ni mujer alguna
querrán casarse conmigo,
la noche de Los Santos cuando se deja
la puerta abierta para la cena de las
almas,
puede entrar y salir sin levantar
sospechas
de mañana me
encontrarán muerto en mi cama.
- Las almas
nos conocen, nuestros parientes
no van a hacernos ningún daño-
pensaba Andría mientras se preparaba
para pasar la noche de Todos los Santos.
Percibió la respiración de una figura
enjuta que la habitación profanaba,
reconoció a la anciana y quedó
petrificado a los pies de su cama.
También Nicola la vio acercarse,
no era hombre de muchas palabras:
-ha venido-
susurró ronco y pálido-
no se cómo darle las gracias-
La acabadora abrió la toquilla
mostrando las manos cerradas
en torno a un pequeño recipiente
de barro y con la boca ancha.
Ascendió un hilillo de humo tóxico,
aspiró hondo hasta encontrar la calma
no se sobresaltó ni debatió cuando
la almohada presionó su cara.
Dejaban surcos en su rostro
cada una de las lágrimas derramadas,
cuando abandonó la casa con el peso
de la respiración de Nicola cargada.
Bastó un rayo de luna llena
que por la puerta de la calle se filtraba,
para que Andría reconociera
el rostro lloroso de la anciana.
Hay pensamientos que nacen de noche
y cumplen la misma función que la luna,
en algún recoveco invisible del alma
se agitaron mareas…se despejaron dudas.
El doctor habló de infarto,
Gianinna Bastiú lloraba,
el cura se puso la estola
y murmuró una plegaria.
Los pasos rápidos del pudor fingido
se convertían en teatrales danzas,
murmuraban los vecinos
a escondidas sin sostener la mirada.
Al lado de los Bastiú permaneció
Bonaria, recordando los momentos
de un Nicola íntimo, respetable
y tremendamente risueño.
Por negar el dolor individual
hasta la muerte más controvertida
se reconcilia con la naturaleza
amarga y trágica de toda vida.
Andría recordaba a su hermano
y lo que siempre le preguntaba:
-¿ya le has dicho a María que la quieres
o lo escribo en la pared de su casa?-
Reunió el valor suficiente
y se acercó a la muchacha:
-María, ¿quieres ser mi mujer?
ella le miro asombrada
-no puedo
hacerlo, querido amigo,
de ti no estoy enamorada
sé que Bonaria me necesita-replicó ella-
siempre me he considerado tu hermana
-ella vino aquí
y mató a mi hermano
asfixiándolo con una almohada-
se sintió insignificante como un gusano
cuando ella le devolvió la mirada,
deseó poder retroceder en el tiempo
y tragarse sus trascendentes palabras.
Por diferentes pérdidas había
llantos fúnebres en aquella casa:
la inocencia de Andría, el aliento de Nicola
y la confianza de María en Bonaria.
Ya no se interrogaba sobre las salidas
nocturnas de su anciana madre,
pero aquellas palabras acentuaron la sospecha
de que Bonaria le ocultaba algo grave.
La acusó directamente de matar a Nicola
la acabadora escondió su mirada,
en un gesto tan inusual que la joven
de la sospecha notó la sombra alargada.
La verdad se iluminó de repente
y María, en ese mismo instante
supo con certeza quién era
la mujer que tenía delante.
Con un sollozo estrangulado
se llevó la mano a la boca,
mas sus ojos no se apartaron
del semblante pálido de la acabadora:
-quieres juzgar
sin entender el porqué
tienes prisa por dictar sentencias
acaso saliste del vientre de tu madre
empleando solo tus propias fuerzas?
No hay ningún ser humano
que llegue al final de sus días
sin haber tenido padres
y madres en cada esquina.
Nunca se me ha abierto el vientre
pero aprendí que a los hijos,
hay que darles caricias, el pecho
y bofetadas cuando es preciso,
en el desempeño de mi trabajo
siempre me guía el destino,
yo he sido la última madre
que muchos desahuciados han visto-
Había vivido años con Bonaria
creyendo que sus dos nacimientos
habían alcanzado el equilibrio,
uno equivocado, el otro correcto,
pero ahora las cuentas parecían
llenas de tachones y yerros
dejándola una vez mas fuera
como un sobrante superfluo.
HUÍDA DE SORERI
Se fue del pueblo, marchó a Génova
bajó el barco, ligera y convencida
de haber dejado en la otra tierra
todo el lastre de sus heridas.
No conseguía familiarizarse
con unas temperaturas tan bajas
los hermanos a los que cuida
nunca abandonan la casa.
El muchacho se mostraba cortés,
no le dio pie a confianzas,
sus gestos iban dirigidos
a reforzar una hostil distancia.
Observaba el chico con fastidio
la familiaridad que su hermana
día tras día iba concediendo
a la muchacha que los cuidaba.
Se divertían jugando juntas,
Piergiorgio de reojo las observaba
a distancia segura del contagio
de esa nueva y extraña alianza.
Anna Gloria solía meterse
muchas veces en la cama de María,
para apaciguar los fantasmas
de sus recurrentes pesadillas.
El día que sin permiso alguno
a escondidas abandonó la casa,
el terror se apoderó de su hermano
María no recordaba
haber visto en su dulce rostro
una expresión tan aterrada,
ni un llanto de tan desmedido alivio
cuando en el parque la encontraban.
Con un pacto silencioso
que cruzaron sus miradas,
se comportaron como si aquella tarde
no hubiera sucedido nada.
La niña engañada por el silencio
había creído que lograba
suavizar la resistencia de aquella
prohibición que tanto odiaba.
María escuchó el llanto del chico,
traspasó la puerta para consolarlo,
cuando Piergiorgio la vio en su cuarto
sus sollozos repentinamente cesaron:
-¿porqué me tratas siempre como
si tuviese que hacerme perdonar algo?
¿qué me reprochas, que te he hecho?
¿en qué me he equivocado?-
Empezaron a salir palabras
de la boca del muchacho
en un discurso que parecía interrumpido
pero que jamás había comenzado.
Sus declaraciones se sucedían
como estallidos iluminando la oscuridad,
con revelaciones insoportables, para uno
de contarlas… para la otra, de escuchar.
María lo vio surgir de pequeño
jugando al escondite bajo la mirada
distraída de la primera niñera
sintió como su voz se atenuaba
para convertirse en la de un niño
escondido entre arbustos mientras esperaba
con el corazoncito en un puño
a que sus compañeros lo encontraran.
Para los ojos atentos y las piernas robustas
de un adulto que sabe esperar,
aquel escondrijo a orillas del rio
era un sito fácil y cómodo para jugar.
Se perdió entre las manos del desconocido,
horas después lo encontraron como ausente,
se había vuelto incapaz de esconderse
de abrazar, de fiarse de nadie… siempre silente.
Piergiorgio olvido hasta su nombre
y a partir de aquel momento
ni él ni su hermana jugaban
en el parque ni salían de paseo.
Jamás denunció ante sus padres
aquello que había pasado,
aquella noche se lo contó a María
de un tirón en la oscuridad del cuarto,
con la cabeza en aquel arbusto
a orillas del rio en un recuerdo,
que olía a humedad a limo
a gritos sofocados y a sudor ajeno.
No supo María en qué momento
del relato se acercó a abrazarlo,
ni él supo cuando había dado
rienda suelta a su púdico llanto.
El día los sorprendió en un sueño
desprovisto de culpa, en un abrazo unidos
en el que él se había encontrado
y la otra se había perdido.
El acercamiento de María y su hermano
despertó los celos en la niña,
ya no se colaba en su cuarto
en las noches de pesadillas.
Observó María el despuntar del hombre,
los rasgos infantiles se desvanecían
y como la espalda del muchacho
se iba ensanchando día a día.
La puerta que comunicaba sus cuartos
dejó de estar en la pared dibujada
las noches se llenaron de abrazos
de susurros y risas sofocadas.
Con la voluntad cautelosa de quien sabe
que lo que hacen no es del todo correcto,
como ladrones, a escondidas,
mutuamente se daban consuelo.
Por las noches se veían pocas veces
Apenas unos
minutos y atentos
a no tocarse ni por equivocación
después, cada uno volvía a su lecho
tratando de que el otro no notara
esos culpables sentimientos,
ardientes por haber estado deseando
un pequeño roce todo el tiempo.
María sabía que bastaría
que ella hiciera un solo gesto,
para ir más allá de las miradas
y evitaba realizarlo con deliberado celo.
Los dos advertían que en ese instintivo
buscarse durante las horas del sueño,
los convertía en un organismo frágil donde
un intercambio de ardores les podría enfermos.
María era consciente
de que este trasiego nocturno,
no solo actuaba sobre el pasado herido
del chico, sino también del suyo.
En aquel negarse a ir más lejos
había una amarga profecía
y María sabía que solamente ella
era capaz de intuir y percibirla.
Le hacía moverse alrededor del alma
del muchacho como sobre arena,
cuando uno no quiere dejar
a su paso demasiadas huellas.
Cuando él entusiasmado abría
la puerta entre ellos a la eternidad,
ella comprendía que lo que los separaba
no era la edad sino la condición social.
Por eso cuando abandonaba su cuarto
cerrando la puerta tras una caricia,
María renovaba para sí la misma la renuncia
al hombre en que el chico se convertiría.
Llegó una carta de Regina,
sintió bajo sus pies abrirse la tierra
cuando leyó que debí volver a casa
pues Bonaria estaba muy enferma.
Contándoselo al muchacho estaba,
la luz del cuarto se encendió de repente
mostrándolos abrazados sobre la cama
en una postura confusa e improcedente.
Ninguno proclamó su inocencia
pues inocentes desde luego no eran,
Anna Gloria no derramó una lágrima
María abandonó la casa con sus pertenencias.
RETORNO A SORERI
En el pueblo creyeron roto el pacto
de la adopción y las había retrotraído
una al estado de huérfana sin dote
la otra al de pobre viuda sin hijos.
Pero lo cierto era que la hija
de Anna Teresa Listrú había regresado,
en la circunstancia justo para saldar
la deuda en el momento adecuado.
En los umbrales de las casas las mujeres
Elogiaban en María un espíritu de sacrificio,
que la santificaría en mayor medida
conforme fuera convirtiéndose en martirio.
Cuanto se habían dicho la noche
en que los Bastiú a Nicola lloraba
se interponía entre ellas pero a María
le horrorizaba que muriera la anciana.
Transcurrió un año de aquel languidecer
antes de que Bonaria empezase a agonizar,
sin haber dicho a María una palabra
de aquello que querían aclarar.
Aunque su mente seguía lúcida
solo con sus ojos podía expresarse
transmitió a María el rotundo deseo
de no recibir más al santo padre.
El sonido de los estertores
a tal punto la atormentaba,
que se vio obligada a salir del cuarto
para no tener que escucharla.
La segunda noche se armó de valor
y se quedó para calmarla,
todo en vano y la tercera noche
lloró amargamente sobre su cama.
Bonaria la oyó con claridad
y gimió tan fuerte que María
creyó que moriría de agotamiento
pero amaneció dolorosamente viva.
Tras dos semanas de aquella tortura
María empezó a comprender,
a que se refería la anciana cuando dijo
nunca digas “de esta agua no beberé”
Los dos únicos motivos que hacían
que costara Dios y ayuda morir,
eran “la protección” o “la culpa”
uno de ellos la impedía partir.
Afrontó el que podía manejar,
descolgó la imagen del Sagrado Corazón,
se llevó la pila de agua bendita,
toda imagen religiosa desapareció,
incluso el relieve de Santa Rita,
del fondo de los cajones sacó
las estampitas de las páginas de libros
las cintas verdes de las manijas, desató.
La acabadora no llevaba escapularios
excepto la medalla bautismal
que María le quitó del cuello con delicadeza
mientras la otra le miraba sin protestar.
Dos semanas después seguía viva
casi reducida a la espina dorsal,
viviendo suspendida al borde de la muerte
pero sin llegarse a precipitar.
Entendió María que no era la protección
lo que le impedía morir tranquila,
sino que estaba purgando la culpa
de haberle quitado a Nicola la vida.
-No se le
permite irse- le dijo a la anciana-
porque tiene en este mundo deudas
dígame, madre, como puedo ayudarla-
cuando estuvo segura de no haber respuesta,
tomo una decisión inapelable arrodillada
junto a Bonaria en la cabecera.
Fue a casa de los Bastiu en busca de Andría
se habían visto algunas veces tras su regreso,
pero siempre con la circunspección
de los escarmentados y escépticos,
incapaces de renovar la confianza
que los convirtió en cómplices de delitos
con que saben ensuciarse los niños antes
de que se les haga creer que no son inofensivos:
- su
culpabilidad por lo de Nicola
no le permite morir en paz
-te has vuelto muy arrogante- replicó el chico-
con los pecados de los demás-
nunca te ha asaltado la duda
de que quizá no haya nada que perdonar?
Se miraron. Su amigo, el cómplice
de sus juegos infantiles ya no existía
era un desconocido con más de una venganza
que servir fría. María estaba abatida.
Cuando Bonaria oyó la puerta
y creyó que venía acompañada María,
hizo correr por todo su cuerpo
y sus venas un chorro de adrenalina.
Lloró con rabia todo el dolor acumulado,
tanto tanto que al final no sabía
si lloraba por las cosas agonizantes
o por las ya desaparecidas.
Solo ella cuidaba de la acabadora,
la vida era un lamento de una sola nota
que solamente ella podía escuchar,
cuando una semana después entró en coma.
Continuó haciendo lo que había hecho
hasta entonces, interpretando la espera
con el método utópico de quien construye casas
antes de que existan calles que llevan a ellas.
Meses después seguía prisionera en sí misma
como suspendida de un hilo de acero
fino pero resistente que le impide
darse de bruces contra el suelo.
Fue al final de una jornada transcurrida
bordando para una boda las sábanas,
y dispensando resentimientos solícitos
en torno al cuerpo inerte de la anciana.
Fue la blandura misma del almohadón
lo que la tentó, nada extraordinaria
pero para aquel hilo de aliento
quizá fuera suficiente y adecuada.
Desde aquel momento se movía
con circunspección alrededor de la cama,
observando cautelosa todos sus gestos
y su respiración entrecortada.
La idea la acosaba por las noches
y de día, con los quehaceres cotidianos,
gestos inocentes que ocultaban posibilidades
feroces que jamás había imaginado.
Fue volviéndose cada vez menos hostil
cuando asomaba a su mente ese pensamiento,
adoptando unos perfiles de posibilidad
perdiendo los contornos del sacrilegio.
La habitación estaba en penumbra
aunque la luz no hacía mella en la anciana
su cuerpo era tan diminuto que su lecho
parecía presto a engullirla entre las mantas.
Desde que Andría vino a verla, el pensamiento
que la consumía desde hacía semanas,
había pasado el umbral de lo posible
para convertirse en decisión clara.
Al entrar en la habitación encontró
el cojín esperando sobre una silla,
se acercó a la cama con la certeza de que
ningún sentimiento de culpa la detendría.
El muchacho esbozó un gesto de entendimiento
quizás fue el gesto de ternura que vio esbozar,
lo que le llevó a inclinar la cabeza
hacia el rostro de Bonaria antes de actuar
y rozarle con los labios la mejilla
con una extremada levedad
que desde su vuelta a la casa
no había vuelto a experimentar.
Hay cosas que se saben, y punto,
las pruebas solo sirven para confirmarlas,
con la sombra de la intuición supo
que su madre había partido hacia metas más altas.
Anna Teresa Listrú no ceso de hacer
ostentación de un dolor que no sentía,
con la esperanza puesta en que la herencia
de la anciana pasara a manos de la hija
que había pasado de ser su más tremendo error
a convertirse en la mejor de sus inversiones,
en cambio los Bastiú lloraron a la difunta
desbordando amargura en sus corazones.
Caminaron hasta la linde del viñedo
donde el maleficio habían encontrado,
allí seguía el muro que fijaba para siempre
el límite ilegalmente desplazado.
Las piedras del murete seguían
marcando un límite equivocado,
pero no podía considerarse que nada
en su sitio hubiera quedado.
El muchacho le miró en silencio:
-¿te quedarás?...
preguntó ilusionado
-¿me he ido
alguna vez, querido?
inquirió ella volviéndose para mirarlo.
En su delicado perfil reconoció algo
consumado que le era familiar
volvieron juntos a casa sin preocuparse
de los rumores que pudieran despertar.
FILL´E ANIMA – HIJO DEL ALMA
Niño adoptado por persona desconocida
con su consentimiento y el de sus padres
que se hace cargo de él sin exigir a cambio
una ruptura de los lazos de sangre