Con los tiempos que corren y acercándose fechas importantes para nuestro futuro, traigo a esta entrada una reflexión de la inmortal Mafalda que por sabida, no hay que dejar de recordar.
Una sonrisa porfa.
El placer de leer es doble cuando se vive con otra persona con la que compartir los libros. Katherine Mansfield (1888-1923) Escritora neozelandesa. ¿Libros para un Club de Lectura? no hay problema. Milagros Méndez - Biblioteca Pública de Guadalajara
viernes, 26 de abril de 2019
EL RINCÓN DE PILAR
Esta mujer es incansable. Infinitas gracias por tu aportación a este blog. Y sobre todo a disfrutar de tu trabajo.
LAS
HERMANAS BUNNER
Por
los cristales siempre limpios
del
escaparate se atisbaba
una
mercería de ordenados mostradores
y
paredes enjalbegadas
Un
cúmulo de casualidades
conformaron
la existencia de las hermanas,
casualidad
fue que la mayor de ellas
a
la pequeña un reloj le regalara.
Ya
nada volvería a ser como antes,
sus
vidas se vieron truncadas,
demasiadas
estrecheces, sacrificios
e
inútiles renuncias voluntarias
Anna Eliza
Su
rostro menudo y angustiado
serenidad infrecuente mostraba,
mechones
de pálidos cabellos
sobre
las sienes brillaban.
Lucia
vestido de seda negra
en
acontecimientos de importancia
teñido
dos veces para ocultar
sus
muchos años y excesivas faltas,
borradas
las curvas, dibujadas
las
líneas rígidas brindaban
a
la prenda un aire sacerdotal, dando
a la ocasión enorme importancia.
Vista
con el vestido de seda negra
y
un volante de encaje sujeto al cuello
con
un broche de mosaico y el rostro
sereno
acorde con el atuendo,
parecía
10 años más joven que cuando
en
medio del fragor de la jornada
un
aspecto tan gastado y brillante
como
su vestido mostraba.
Evelina:
Era
más alta, nariz prominente,
se
permitía la veleidad de ondularse el pelo,
sus
rizos tiesos parecían cabellos
de
estatua asiria aplastados por el velo.
Presentaba
un aspecto ajado y marchito
pero
no parecía del todo imposible
que
pudiera irradiar una relativa juventud
en
circunstancias más felices.
Hace
tiempo la pretendió
un
joven maestro que daba clases
aunque
se fue, dejó a la joven envuelta
en
un aura de exquisitas posibilidades.
Desde
que vendieron el reloj de su madre
cada
día debía acercarse a la plaza,
para
ver si era hora de abrir la tienda
y
dar comienzo a la jornada.
En
el comercio de Herman Ramy
le
compró para su cumpleaños su hermana
un
precioso reloj que colocaron
sobre
la cómoda presidiendo la estancia.
Herman Ramy:
Tenía
su trabajo en Tiffany´s,
enfermó
de fiebres hace tres años,
cuando
quiso volver a su puesto
ya
le habían relevado.
Frente
prominente, cabeza grande
cubierta
por capa de pelo cano,
articulaciones
nudosas, yemas mugrientas
lucen
sus pálidas y anchas manos.
Sus
comedidos ademanes eran
como
los de una mujer de delicados,
su
establecimiento siempre en penumbra
despliega
polvo por todos los lados.
Aunque
de origen alemán, llegó
a
EEUU con apenas 19 años
su
amiga la Sra Hochmüller
permanece
siempre a su lado.
Anna
Eliza enamorada de él
le
perdonaba esas flaquezas,
pensar
en volver a verlo le llenaba
de
una emoción demasiado intensa.
Aprovechó
para ir al mercado
cuando
Evelina estuvo indispuesta,
en
la carnicería dejó pasar a la gente
para
darle tiempo a ver si llega.
Bajo
la luz clara de la decepción
le
maravilló haber sido tan necia
al
suponer que iba a aparecer allí
a
la misma hora en la que estaba ella.
Llevaba
tiempo resignada a su suerte
no
le dolía su soltería
pero
no se resignaba y esperaba
un
golpe de suerte para Evelina
La
mayor nunca se había permitido
el
lujo de la autocompasión,
solo
tenía derechos su hermana,
pero ahora reconocía su error.
También
para Evelina había sido
el
interés del joven profesor
y
Ann Aliza en el arte de la renuncia
había
alcanzado una gran perfección.
Ahora
admitía su derecho a considerar
ciertas
oportunidades que un día perdió,
empezó
a recordarlas con frecuencia
y
a sus mejillas afloraba el rubor.
Una
mota de polvo logró un día
que
en el reloj se parara el tiempo,
el
Sr. Ramy le gusta siempre
que
sus clientes queden satisfechos.
Por
eso se fue acostumbrando
a
visitar con frecuencia a las hermanas,
iba
a verlas los domingos por la tarde
y
algunas tardes entre semana.
Al
ir cogiendo confianza con ellas
se
fue volviendo parco en palabras,
y
empezó a incurrir en largos silencios
que
ellas sentían como pura magia.
Se
acostumbraron a consultarle
todas
sus dudas y aceptar
su
veredicto con una prontitud fatalista
que
las eximía de toda responsabilidad.
Escucharon
la historia de sus primeras
tribulaciones
en Alemania
y
de la larga enfermedad que había
ocasionado
sus múltiples desgracias.
El
nombre de la sra Hochmüller
que
cuando padeció las fiebres lo cuidó
fue
recibido con suspiros reverenciales
y
una punzada de envidia en el interior.
Como
el cartero o el lechero
en
parte de sus vidas se convirtió,
creyó
intuir la mayor que el caballero
se
había enamorado de la menor.
El
cruel dolor acercó su llama
a
la frágil tela de su ilusión,
viendo
como se reducía a cenizas
su
proyecto de un futuro amor.
Un
domingo por la tarde las invitó
a
una exposición y Ann Eliza
sacó
para su hermana el broche de mosaico
y
el mantón de su madre de cachemira.
La
Sta Mellins, su vecina era modista,
menuda,
rostro reluciente, pelo rizado ,
lleva
en su muñeca pulseras de metal
de
falso carey que van entrechocando.
Su
imaginación desbordante cuenta
historias
sacadas de los diarios,
con
una turbación tan intensa
que
cree que a ella le están pasando.
Los
rumores sobre la Caja de Ahorros
y
el temor de perder su dinero
hace
que las inquietas hermanas
pidan
al Sr. Ramy consejo,
quien
se ofrece a invertir sus ahorros
para
sacarles más rendimiento.
Llevaba
días sin visitarlas, Ann Eliza
nunca
se había sentido más vieja
como
si le hubieran sacado la última
gota
de sangre joven de sus venas,
cuando
Evelina le pidió que fuera
a
enterarse de lo que le pasaba
se
sintió desprovista de ilusiones
y
tremendamente humillada.
Le
molestaba que su hermana mostrara
sin
ambages la intensidad de sus emociones
el
verla tan afectada le hacía a ella
partícipe
de la degradación de la joven.
Giró
el pomo de la puerta del relojero
y
contempló su mirada sin brillo,
estaba
enfermo, no cabía duda, su rostro
tenía
un color ceniciento y amarillo.
El
Sr. Ramy siguió contemplándola
con
una inexpresiva mirada
-he tenido uno de esos ataques-dijo
como
si le costara articular palabras-
Fueron
a conocer a la Sra Hochmüller
cuando
el relojero retomó las visitas
tenía
un jardín con árboles
una
pérgola, gallos, gallinas.
Era
una preciosa casa roja
con
verdes contraventanas
y
macizos de corazoncillos y lirios
floreciendo
tras la empalizada.
El
Sr. Ramy con la anfitriona
se
mostraba descaradamente familiar
-has tenido uno de tus ataques,
y no me has hecho avisar,
menuda vergüenza ponerte enfermo
y no llamarme para poderte cuidar-
Ann
Eliza se sintió cohibida
por
la espontánea intimidad.
El
relojero va a la tienda
sabe
que no está Evelina,
que
tardará varias horas
en
volver de la tintorería:
- no es bueno que el hombre este solo
y deba comer fiambre todos los días
quiero casarme y le ruego
que me acepte, Ann Eliza-
Cuando
los dedos de ambos se tocaron
notó
que un torrente de alegría
se
apoderaba de ella, que flotaba.
lo
que estaba pasando no comprendía:
- pensé que le interesaba mi hermana
parecía lo más natural
es muy espabilada y guapa y yo
no tengo intención de casarme jamás
me amedrenta tanto trabajo
me canso con facilidad
mis terribles dolores de cabeza
me impiden hacer una vida normal.
No sabe cuánto se lo agradezco- dijo ella
con
los ojos anegados en lágrimas-
pero no le comente nada a Evelina,
cuando
se quedó sola se sintió aliviada.
Sabía
que el momento crucial de su vida
había
pasado y se alegraba
de
haber estado a la altura sus ideales
a
pesar de las lágrimas derramadas.
Dos
hechos le restaban perfección:
que
hubiese sucedido en la tienda,
y
que ella no hubiera lucido
el
vestido de seda negra.
Estaba
henchida de orgullo
como
aquella noche que su madre
le
regaló un medallón a escondidas
sin
que se enterase nadie.
En
su vida acababa de ocurrir
algo
que nadie podría robarle,
y
le molestó que Evelina no preguntara
por
los acontecimientos de la tarde.
Le
apenó ver que el secreto que albergaba
en
su interior llenándole de coraje,
no
despedía como las estrellas
un
resplandor fulgurante.
Le
pareció un poco absurdo
y
demasiado decepcionante
que
su hermana no supiera
que
al fin las dos eran iguales.
El
Sr Ramy empezó a mirar a Evelina
como
a ella la miró aquella tarde,
dejó
de acompañarles en los paseos
para
que la relación se consolidase.
Ella
quedaba en casa esperando
que
algún cliente llamara a su puerta,
el
reloj marcaba irónicamente el trascurrir
de
las horas vacías en la trastienda.
Sus
anhelos íntimos se silenciaron
al
ver a su hermana ávida de dicha,
proyectó
su cariño en el destino
del
Sr. Ramy y la caprichosa Evelina:
-me ha pedido matrimonio-
escuchó
la sentencia Ann Eliza,
le
cogió las manos, se abrazaron
solo
pudo sentir una inmensa alegría.
Cuando
Evelina recobró la voz
empezó
a narrar una historia tan larga,
que
la vigilia de ambas se prolongó
hasta
altas horas de la madrugada.
El
Sr Ramy quiere invitar a la boda
a
su amiga la alemana,
Ann
Eliza aconseja a Evelina
que
no le coja demasiada confianza,
pero
le respondió con premura
y
desapego a su hermana:
-si tu estuvieras en mi lugar harías
lo imposible por complacer a quien amas-
Desde
aquel desplante Ann Eliza
se
guardó para ella sus opiniones,
Evelina
no necesitaba su apoyo
ni
sus reconvenciones.
Se
preparó para la obstinada soledad
que
llegaría al casarse su hermana,
comería
con ella los domingos
no
estarían demasiado alejadas.
Dijo
su hermana: al Sr. Ramy
le han ofrecido un trabajo en San Louis,
es un puesto muy importante
y no quiere marcharse sin mi.
Le
pareció a Ann Eliza que nunca
recobraría
las fuerzas suficientes,
para
aceptar el adelanto de la boda
y
para mirar a su soledad de frente.
Un
fiero despiadado dolor
de
ella se había adueñado,
pero
los preparativos de la boda
mantenían
a raya al tirano.
-Todo se fue al carajo -dijo Evelina-
la boda deberá suspenderse
pues los gastos del viaje son muchos
y mis ahorros no son suficiente.
Una
duda no formulada frenó
las
palabras que iba a pronunciar,
albergaba
la intención el día de la boda
de
dar a su hermana la otra mitad
de
los ahorros comunes, pero
intuyó
que debía callar
se
acostaron y escuchó Anna Eliza
el
llanto de Evelina en la oscuridad.
Nunca
se había sentido tan fríamente
alejada
de ella, y comenzó a hablar:
- silencio hermana, no llores,
quizá esto se pueda arreglar,
tenía pensado darte el día de la boda
mis 100 dólares ahorrados ¿te bastará?
La
boda se celebró el día previsto
en
la capilla de la iglesia,
la
mayor había decorado los escaparates
el
mostrador y la trastienda.
En
la mesa se alzaba un jarrón
con
crisantemos blancos,
y
viandas y una tarta glaseada
para
el convite de los invitados,
Rosas
de papel y hojas otoñales
engalanaban
la estantería,
y
en torno al reloj se enroscaba
una
guirnalda de siemprevivas.
La
figura de la Sra Hochmüller
pareció
adueñarse de la estancia
ocultando
a los demás huéspedes
de
proporciones menos ajustadas.
La
pálida presencia de Evelina
surgía
de tanto en tanto
como
el rostro de un ahogado
en
un mar teñido por el ocaso.
Al
día siguiente sus amigas
acudieron
para adecentar la tienda,
tras
el cariño de su presencia Ann Eliza
divisó
la figura de la soledad en la puerta.
Habían
adoptado la forma de hogareñas
las
palabras de sus firmes pensamientos,
pero
no conocía el tenaz lenguaje
del
abrumador discurso del silencio.
Escuchaba
de noche suspiros extraños,
las
paredes de la trastienda le hablaban,
percibía
susurros sigilosos,
los
fantasmas movían las contraventanas,
hacían
chirriar al pestillo de la calle,
en
una ocasión se quedó petrificada,
al
escuchar unas pisadas en la tienda
que
sonaban igual que las de su hermana.
Dejaba
que el café se enfriase esperando
que
la ausente se sirviera la primera
y
en las comidas seguía apartando
el
mejor trozo para su hermana pequeña
Llegó
la primera carta de Evelina
era
una letanía de quejas:
-mi esposo es todo amor y devoción
pero pasa mucho tiempo fuera
ojalá nunca llegues a conocer
la soledad que sufro desde mi llegada,
cuando unes tu suerte a otra persona
la vida te impone un montón de cargas,
rezaré para llevar a cabo mis obligaciones
sin que me falten las fuerzas
a cambio del apelativo de “esposa”
he sacrificado mi independencia,
ya no puedo como tu navegar
en el rio de la vida libre y serena-
Por
las siguientes misivas dedujo
que
acabaron en un cuarto de vecindad
que
su puesto le brindaba menos satisfacciones
de
las que habían inducido a esperar.
Dejaron
de llegar cartas y unos miedos
de
Ann Eliza a apoderarse empezaron,
imaginaba
a su hermana enferma
en
manos de un hombre tan negado.
La
falta de iniciativa que le aquejaba
para
desentrañar el misterio,
le
infundía un sentir de impotencia
de
perplejidad y agotamiento.
Evelina
le había privado de todo recurso
que
no procediera de las ganancias diarias,
que
en el transcurso del invierno
habían
mermado de forma continuada.
Se
sinceró con la Sra Hawkins
tal
vez su marido pueda ayudarla,
y
tras compartir su congoja oculta
tuvo
una sensación de liviandad falsa.
Consiguió
la dirección de la casita
en
donde vivía la alemana
le
dolía hablar con la Sra Hochmullër
de
los problemas de su hermana.
Llegó
hasta la casita roja en las afueras
el
corazón y sus manos temblaban,
abrió
la puerta la nueva inquilina
que
desde hace meses ocupaba la casa.
Se
sumió en una apatía repentina
regresó
a casa desolada,
sintió
un alivio momentáneo
al
ver que sus amigas le cuidaban.
Decidió
acercarse hasta Tiffany´s
e
indagar en el pasado trabajo
cualquier
información sería buena
para
encontrar a su hermana y cuñado.
Llegó
al departamento de relojes,
pidió
referencias al encargado,
tras
consultar archivos le dijo
que
el Sr. Ramy era un trabajador raro:
-lamento ser tan duro pero debo
informar de su expediente
no fue despedido por enfermedad
sino por consumo de estupefacientes.
Desaparecía a menudo y aparecía aparecía
en un estado tan malo que le impedía
realizar su trabajo o hacer algo útil
durante
muchos días-
Las
semanas se sucedían
sin
incidente alguno,
su
reflejo en el espejo se volvió
mas
encorvado y enjuto,
su
frente se acercaba al remolino
de
pelo que tras la raya tenía,
y
que ella domaba diariamente
con
un peine de goma de la India.
¿Qué
horrores se ocultarían
bajo
el silencio de su hermana?
a
veces por la noche le parecía
oír
su tenue voz que le llamaba.
A menudo
conseguía convencerse
de
que Evelina había muerto,
solo
entonces a su alma dolorida
llegaban
momentos de consuelo.
En
un descuidado cementerio desolado
la
imaginaba sepultada,
sin
una lápida que recordase su nombre
sin
un doliente que fuera a llorarla.
Sus
amigas seguían visitándola
cuando
sus quehaceres lo permitían,
llegó
el otoño y en invierno
casi
nadie entraba en la mercería.
Empeñó
el broche de mosaico
y
el mantón de cachemira
y
la estantería de palisandro
y
el reloj de sus desdichas.
A
punto de bajar las persianas
llegó
la desgraciada Evelina,
desaparecido
el brillo y los rizos
que
su cabello antes lucía.
Un
torrente de palabras deshilvanadas
pronunció
acariciando su mejilla,
la
estrecho entre sus brazos triunfante
-¡sabía que volverías!-
No
quería preguntarle nada, solo
sentir
que el vacío de la tienda volvía
a
estar rebosante de la única presencia
que
a ella le devolvía a la vida.
-¿Donde está el reloj? preguntó
a
su hermana mayor Evelina,
-lo regalé a la Sra Hawkins,
también vendí la estantería,
no era más que un trasto inútil
que acumulaba porquería
-¿y la colcha roja? continuó
preguntado
totalmente afligida,
-pesaba tanto que la vendí
no puedo dormir con mucha ropa
-entiendo que tus apuros, hermana,
te han hecho empeñar las cosas,
yo he vivido una situación peor
estuve en el infierno, pero he salido
desconoces todo de la vida,
viviendo a salvo en este lugar tranquilo,
no te escribí pidiéndote ayuda
porque me daba vergüenza-
el
vestido de Evelina narraba
una
historia de absoluta pobreza
Había
una faltriquera negra
que
de su enjuto cuello colgada,
Ann
Eliza la desvistió con mimo
y
entre ternuras la acostó en la cama.
Comenzó
la pequeña el relato
de
sus siniestras desgracias:
-Al llegar comprobé que el empleo
era peor de lo que pensaba,
lo creí enfermo, traté de cuidarlo
pero él se iba de casa.
Pasaba horas fuera y cuando volvía
tenía la mirada como enturbiada
a veces ni me reconocía, pero otras
daba la impresión de que me odiaba
llevábamos un mes allí cuando
desapareció durante una semana
lo echaron de su trabajo y debimos
buscar una casa más barata
Tuve un hijo que vivió un día
y eso me destrozó el alma,
me pidió que te escribiera para pedirte
el dinero que él imaginaba
tendrías escondido en algún sitio
del que yo no sabía nada.
Cuando me negué a escribirte
me mando a trabajar fuera de casa
nos echaron por no pagar el alquiler
nos fuimos de inquilinos a la casa
de la Sra Hochmullër que había venido
un mes después de nuestra llegada.
El médico me mandó al hospital
cuando salí, ninguno de los dos estaba,
encontré una casa para servir
me desmayé de débil que me encontraba,
me despidieron y desde entonces
viví de limosnas que me daban.
Al salir de una función de teatro
encontré
un hombre agradable
que me preguntó apenado
si en algo podía ayudarme
Tan solo le pedí cinco dólares
para poder regresar a Nueva York,
me acompañó, me compró el billete
y me acomodó en el tren en la estación-
Cuando
entró la vecina estaban
entregadas
a un abrazo:
-el Sr. Ramy está fuera
por motivos de trabajo,
Evelina se quedará conmigo
hasta que su esposo regrese,
tal vez solo sean unas semanas,
tal vez se alargue unos meses.
Por
primera vez atisbaba
la
inutilidad de sus sacrificios,
hasta
entonces ni se le había pasado
por
la mente poner en duda los principios
de
su linaje y estirpe heredados
y
que su vida habían regido,
pensar
en el bienestar de los demás
antes
que en su propio beneficio
la
había parecido natural
y
necesario porque había asumido,
que
eso implicaba la consecución
del
beneficio perseguido.
Siempre
renunció a sus satisfacciones
y
ahora veía con tristeza
que
su sacrificio no garantizaba
la
felicidad de los que tenía cerca.
Su
paraíso familiar estaba deshabitado,
en
la bondad de Dios confiar no podía
solo
había un abismo negro
sobre
el tejado de la mercería.
El
médico quiso hospitalizarla
cuando
le diagnosticó “neumonía”
para
poder pagarle al galeno
pidió
20 dólares a la vecina.
Eso
le supuso una de las luchas
más
encarnizadas de su vida,
nunca
había pedido dinero a nadie
se
lamentaba para sí Ann Eliza.
Le
parecía algo indecente
y
una situación vergonzosa,
una
emergencia que la providencia impide
que
sobrevenga a las personas piadosas.
Pensó
que este préstamo le obligaba
a
concederle a la modista
el
derecho de hacer preguntas
sobre
el triste secreto de Evelina.
Cuando
la neumonía degeneró en tisis,
confesó
Evelina sosegada
que
se había convertido al catolicismo
para
que cuando este mundo abandonara
pudiera
subir al cielo con su hijo,
se
sintió excluida del corazón de su hermana
de
sus afectos más íntimos y hondos
nuevamente
estaba exiliada.
Era
consciente de que a Evelina
se
le estaban terminando los días
y
que el Sr. Ramy y el niño
la
habían apartado de su vida.
Comprendió
que la bolsita negra
que
llevaba amarrada al cuello,
era
un amuleto sacrílego
y
rehusaron tocarlo sus dedos.
Eran
frecuentes los días
de
callado desfallecimiento,
en
los que se quedaba mirando
por
la ventana en silencio.
Solo
le alteraba esa tos incesante
cuyo
sonido asociaba
con
el de unos clavos hundiéndose
en
el ataúd de su hermana.
Dos
horas estuvo el sacerdote
limpiando
a la moribunda el alma
dándole
espiritual consuelo
para
que pudiera emprender la marcha.
No
abrió los ojos en el momento
de
la quietud antes de la alborada,
la
mano inquieta sobre la colcha
vio
Ann Eliza que ya no temblaba
El
sacerdote se ocupó de todo lo referente
al
entierro, mientras Ann Eliza
contemplaba
la negación de su pasado
como
una espectadora pasiva.
Unas
semanas mas tardes
las
estanterías estaban vacías
un
cartel de “se alquila esta tienda”
colgaba
sobre la puerta de la mercería.
Con
el sombrero y el mantón raídos
salió
por última vez de la tienda,
vendió
los muebles que le quedaban
para
pagar las exequias.
No
pudo comprar ropa de luto
pero
cosió a su ropa crespones negros,
emprendió
camino hacia el oeste
buscando
un futuro halagüeño.
Se
paró a admirar un escaparate
con
una luna adornada con muselina
que
mostraba almohadones, mantelitos
y
otros ejemplos de laboriosidad femenina.
Un
letrero en el interior del cristal
rezaba
“se busca dependienta”
se
recolocó el mantón y entró
todo
parecía nuevo en la tienda.
-Solo pagamos 30 dólares al mes
pero el trabajo no es pesado,
la persona tendría que coser
adornos de vez en cuando,
debe ser elegante de modales corteses
no mayor de 30 años y avispada,
anote por favor en ese papel
el nombre de su candidata-
Ann
Eliza salió a la calle
bajo
el bello y primaveral cielo
parecían
palpitar los temblores
de
un sinfín de comienzos
siguió
persiguiendo al destino
buscando
atenta cualquier tienda
en
cuyo escaparate hubiera aviso
“SE
BUSCA DEPENDIENTA”
*******
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